Revisé este artículo de Rajanala S., Maymone M. y Vashi N. publicado en Demarmatology Online Journal, en octubre de 2019, y cuyo mérito se basa en una búsqueda exhaustiva de PubMed, abarcando publicaciones pertinentes desde 1981 a 2018.
El melasma es una patología que, sin representar un riesgo vital, afecta fuertemente la calidad de vida de las personas que lo sufren, siendo predominantemente en las mujeres (90%), especialmente las de piel morena. Es muy frecuente en pieles latinas y orientales.
El melasma corresponde a una hiperpigmentación adquirida, con manchas irregulares de color café, que aparece en las zonas fotoexpuestas de la cara y, ocasionalmente, en la región pre esternal y antebrazos. Se desencadena por una variedad de factores como la exposición al sol, presencia de hormonas femeninas y predisposición genética.
La patología del melasma es compleja y aún no se logra esclarecer totalmente. Inicialmente, se pensaba que solo estaba alterada la función de los melanocitos (células que producen melanina: un pigmento para proteger a la piel de los rayos solares), pero ya se sabe que hay participación de queratinocitos (células que producen queratina: una proteína protectora y regeneradora de la piel) y citocinas que tienen la función de estimular el sistema de defensas de ésta al igual que los mastocitos (células que nos protegen de ciertas bacterias y parásitos). A ello se agregan otras variables influyentes como fallas de la regulación de genes, aumento de la vascularización (desarrollo de vasos sanguíneos nuevos en algún tejido) y alteración de la membrana basal de la piel.
Se hace entonces necesario que los médicos tratantes puedan conocer la patogénesis del melasma para poder combinar en forma efectiva las diferentes opciones de tratamiento a fin de manejar esta condición que, como sabemos, tiende a ser persistente y presentar numerosas recaídas.
En su búsqueda y revisión, los autores concluyeron principalmente que:
Considerando las múltiples variables que participan en el melasma, los tratamientos deben ser combinados, incluyendo agentes de uso tópico, peelings químicos, láser y también medicamentos sistémicos.
Entre estos se destaca el ácido tranexámico, un inhibidor de la plasmina (proteína implicada en la disolución de coágulos de sangre) que sería capaz de actuar en la producción de nuevos vasos sanguíneos. También la metformina (un medicamento utilizado para pacientes diabéticos) ha demostrado capacidad de disminuir la formación de melasma.
Los tratamientos con láser deben ser muy controlados, para no producir alteraciones de la membrana basal de la piel ya comprometida.
Independientemente de la estrategia escogida para el tratamiento, la protección solar es esencial en el manejo del melasma, indicándose los filtros solares preferentemente de tipo mineral, de amplio espectro, incluyendo los rangos UVA, UVB, luz visible, además del uso de sombreros.